domingo, 14 de septiembre de 2014

Cuzán y el Maquech

Cuzán era una hermosa muchacha esbelta de ojos negros y rasgados, piel ambarina y largos cabellos lacios. Su padre, Ahnú Dtundtunxcaán, gran señor guerrero, la adoraba. Como ya Cuzán estaba en edad de merecer, su padre había escogido como su futuro yerno a Ek Chapat, el príncipe heredero de la ciudad de Nan Chan.

Cierto día, el padre de Cuzán regresó de la guerra con un muy buen botín y  llamó a su hija para que lo viera, pues todo el botín se lo regalaría. Cuzán acudió a la sala donde se encontraba su padre sentado en el trono, a fin de agradecerle tan maravilloso obsequió. Al entrar al recinto, observó que junto a Ahnú Dtundtunxcaán, se encontraba un guapo mozo: Chalpol, llamado así a causa de su cabello color rojo. Cuando ambos jóvenes se vieron quedaron enamorados inmediatamente. Se juraron amor eterno mientras hacían el amor bajo una sagrada ceiba.

El padre de Cuzán se enteró fatalmente de estos amoríos bajo la ceiba y, lleno de furia y dolor, ordenó que Chalpol fuese sacrificado. Cuzán estaba loca de pena y acudió muchas veces ante su padre para suplicarle que le perdonase la vida a su bello amado. Todo fue inútil: Ahnú Dtundtunxcaán se mostró inflexible. Cuando llegó el día señalado, Chalpol fue pintado de azul para el sacrificio y en el templo se quemaron varitas de copal. En el colmo de la desesperación Cuzán acudió una vez más a suplicarle a su padre que no diera muerte a Chalpol y que a cambio de su vida, prometía no volver a ver al joven y casarse con el príncipe Ek Chapat. Ahnú Dtundtunxcaán accedió de mala gana, bajo la condición de que Cuzán se encerrara en sus habitaciones sin salir. 

Al llegar la noche, su padre requirió su presencia, y la joven atravesó los patios del templo para ir a ver a su padre, ni qué decir tiene que con sus hermosos ojos buscaba ansiosa a Chalpol. Al llegar ante el mandatario, Cuzán preguntó por la suerte de su amante. El soberano la miró y sonrió socarronamente, pero nada dijo. Un hechicero se acercó a la joven, le dio un escarabajo, y dijo: ¡Cuzán, hermosa princesa, he aquí a tu enamorado, nuestro Halach Uinic le perdonó la vida, pero me ordenó que lo convirtiera en un insecto, en castigo por haberse atrevido a ser tu amante! La princesa tomó al insecto y dijo: ¡Yo juré nunca separarme de Chalpol y voy a cumplirlo!

Cuzán llevó el bicho a un joyero quien le incrustó en el pecho piedras preciosas y le ató una cadenita. La sufrida Cuzán lo tomó, se lo prendió al pecho cerca de su corazón y trémula pronunció las siguientes palabras: ¡Maquech, yo juré nunca dejarte, ahora estarás por siempre junto a mí muy cerca de mi corazón, y los dioses nos protegerán! Y así los amantes permanecieron por siempre unidos y amándose eternamente.

Sonia Iglesias y Cabrera

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