jueves, 25 de junio de 2015

María Ignacia y Domingo

Don Fausto Cruzat y Góngora se embarcó desde Manila, donde fuera gobernador, en el año
de 1702 hacia la Nueva España. Lo acompañaban su esposa y sus cuatro hijos. En el viaje murió don Fausto y una de sus hijas,  solamente llegaron a tierras americanas su esposa, dos hijos y su hija llamada María Ignacia. En el mismo barco iba Domingo Sánchez Tagle, joven criollo de rica familia asentada en la Colonia. Antes de llegar a la Nueva España los jóvenes se habían enamorado y comprometido.

En cuanto llegaron, Domingo fue aprehendido por órdenes de virrey duque de Albuquerque acusado de contrabando por haber sacado y entrado mercancías de las Filipinas  para ser vendidas en el Mercado de El Parián, donde tenía su comercio su padre, sin haber sido declaradas oficialmente. Por su parte, la familia Cruzat se fue a vivir a una casa en el barrio de la Tlaxpana. Los muebles eran orientales, así como los criados que procedían de China y Filipinas. Debido a tanto lujo oriental al poco tiempo María Ignacia fue apodada La China.

Por su enorme fortuna y su belleza, la joven contaba con numerosos pretendientes que la acechaban a la salida de misa en la Iglesia de San Cosme. Pero la joven se mostraba impávida ante sus enamorados, en espera de que su amado fuese liberado. Su pretendiente más asiduo era el conde de Santiago, quien contaba con el apoyo de la familia Cruzat y con el del virrey; en cambio, la virreina Juana de la Cerda y el arzobispo don Juan Ortega y Montañez se mostraban partidarios de los amores de María Ignacia y Domingo.

Como la familia acosaba a María Ignacia para que correspondiese a los amores del conde, el arzobispo decidió depositar a la joven en el convento de San Lorenzo. Cuando finalmente el joven salió de prisión acudió al convento acompañado del clérigo y se casó con María Ignacia el 14 de junio de 1704.

En cuanto los Cruzat se enteraron del matrimonio pidieron al virrey que lo anulara, pero ya era demasiado tarde. Los hijos y los sirvientes se armaron y acudieron al convento, pero los novios ya se habían ido. Furiosos, le obligaron al padre y al tío de domingo a pagar una multa de diez mil pesos cada uno, pero la pena se les revocó debido a las influencias que tenían. Cuando las autoridades atraparon a Domingo, todos sus bienes le fueron confiscados para pagar la multa que a su padre y tío se les había condonado.

María Ignacia regresó al convento, y como sus hermanos intentaron matarla, el virrey les ordenó prisión domiciliaria y el pago de una multa de diez mil pesos. Sánchez Tagle fue conducido a San Juan de Ulúa por varios campesinos, para ser embarcado hacia Panzacola, en los Estados Unidos.
María Ignacia triste y nostálgica, se enfermó de tifus, siempre llamando a su esposo en su lecho de agonía. En su testamento ordenó que a Domingo se le pagasen los gastos matrimoniales más una cantidad de diez mil pesos. Pero la hermosa joven nunca volvió a ver a su amante y murió el 17 de julio de 1706, sin haber vuelto a ver al desgraciado joven desterrado.

jueves, 18 de junio de 2015

La Dama de la Laguna

Hace muchos años, la Laguna de Zacapu, localizada en el municipio del mismo nombre en Michoacán, era mucho más grande de lo que es en la actualidad. Cerca de ella, vivía una joven muy hermosa de piel morena, ojos zarcos, delgada, y de largo pelo lacio trenzado en la espalda. La bella mujer estaba profundamente enamorada de un príncipe purépecha que vivía en unos de los señoríos asentados alrededor de la laguna.

Todos los días el joven y apuesto príncipe llegaba a visitar a la muchacha, y en su canoa llevaban a cabo deliciosos paseos por la laguna, donde miraban, extasiados y enamorados, el crepúsculo y el tranquilo vuelo de las blancas garzas. Juntos disfrutaban de sus amores y se juraban amor eterno, como todos los enamorados del mundo entero.

Un día, las obligaciones del príncipe le impidieron asistir a sus citas en la Laguna de Zacapu. Pasaron días, semanas, y meses, y el noble joven no aparecía. La muchacha se encontraba desesperada y sufriente –como sólo pueden sufrir las enamoradas- ante la ausencia de su amado. Ante tal abandono, la mujer decidió ir a buscar a su querido príncipe, aun desoyendo los consejos de su madre que le aconsejaba prudencia. Tomó una canoa y remó hasta la orilla de la laguna donde se encontraba el señorío del ingrato. Pero como la muchacha no conocía el manejo de la canoa, muy pronto se volcó y murió ahogada pensando en el amor desaparecido.

Desde entonces, por las noches a las doce en punto, la doncella sale de la laguna, bella, sublime, con el pelo suelto hasta la cintura. Se dirige caminando hasta el centro de la ciudad de Zacapu, para invitar a su casa lacustre a los jóvenes que encuentra por los caminos. Como su voz es hechicera y ensoñadora, no falta algún muchacho que, deslumbrado ante tanta belleza, la siga hasta la laguna, donde la solitaria mujer lo introduce y le abraza hundiéndole hasta ahogarlo. Son muchos los jóvenes que han perecido hasta ahora a causa de la desgraciada joven que fuera abandonada por el incumplido príncipe.

lunes, 8 de junio de 2015

Juana Catalina Romero, La Didjaza

Juana Catalina nació en Tehuantepec, en el Barrio de Jalisco, en 1837. Zapoteca de origen, de sangre mezclada con español, pues su padre fue un militar criollo llamado Juan Andrés Romero, que casó con María Clara, una india zapoteca.

Como era muy pobre, en su temprana juventud Juana Catalina vendía cigarrillos en hoja de maíz en un pequeño puesto a los soldados del cuartel de Santo Domingo. Más tarde, gracias a su índole ahorrativa, puso una tienda, La Istmeña, donde vendía diversos productos que ella misma elaboraba, tales como grana, añil y azúcar. Era una hermosa mujer morena que no se amedrentaba con nada, pues era valiente y luchadora.

Conoció a Porfirio Díaz cuando el futuro dictador llegó al Istmo durante las campañas de la Guerra de Reforma. Lo conoció en un billar y ambos se enamoraron profundamente. A ella debe el dictador el haberse salvado de la muerte cuando la bella mujer lo escondió entre sus amplias enaguas en un platanar, pues siempre se vestía a la usanza zapoteca. Así se salvó de ser apresado por los soldados franceses.

La Didjaza, la Zapoteca, como se la apodaba, a los 19 años se enamoró también del cabo Remigio Toledo, militar de San Blas, quien con el tiempo devino conservador y partidario de la invasión francesa. Juana Catalina ayudó en muchas ocasiones a Porfirio Díaz económicamente, para que pudiese pagar a los soldados a su mando de las tropas liberales.

Con el paso del tiempo, el soldado liberal que fuera Díaz, llegó a la presidencia de México. Al enterarse la Didjaza de que su antiguo amor era presidente, acudió a la capital a visitarlo para pedirle ayuda para el progreso de la región zapoteca que tanto amaba.

Don Porfirio, acordándose de su amor y de que le había salvado la vida, la ayudó y, a más, le construyó en el Istmo una enorme casa, con muebles traídos especialmente de Francia, y con caballerizas. A dicha casa el presidente acudía a visitarla cada vez que podía, a donde llegaba en el tren que pasaba, ex profeso, frente de la tal casa. El tren se detenía justo ahí para que Porfirio no tuviera que caminar.

Como es de suponerse su llegada causaba una gran expectación entre los vecinos del pueblo de Tehuantepec. Dentro de la casona, Juana Catalina, vestida ya a la usanza europea, deleitaba a su amante interpretándole al piano la hermosa pieza de La Sandunga, hecho que extasiaba de amor al cruel gobernante.

La pareja continuó con sus amores por un largo tiempo hasta que Doña Juana Catalina Romero murió en la Ciudad de México el 19 de octubre de 1915 de un terrible cáncer que la fulminó.

Colaboración de Sonia Iglesias y Cabrera