lunes, 8 de junio de 2015

Juana Catalina Romero, La Didjaza

Juana Catalina nació en Tehuantepec, en el Barrio de Jalisco, en 1837. Zapoteca de origen, de sangre mezclada con español, pues su padre fue un militar criollo llamado Juan Andrés Romero, que casó con María Clara, una india zapoteca.

Como era muy pobre, en su temprana juventud Juana Catalina vendía cigarrillos en hoja de maíz en un pequeño puesto a los soldados del cuartel de Santo Domingo. Más tarde, gracias a su índole ahorrativa, puso una tienda, La Istmeña, donde vendía diversos productos que ella misma elaboraba, tales como grana, añil y azúcar. Era una hermosa mujer morena que no se amedrentaba con nada, pues era valiente y luchadora.

Conoció a Porfirio Díaz cuando el futuro dictador llegó al Istmo durante las campañas de la Guerra de Reforma. Lo conoció en un billar y ambos se enamoraron profundamente. A ella debe el dictador el haberse salvado de la muerte cuando la bella mujer lo escondió entre sus amplias enaguas en un platanar, pues siempre se vestía a la usanza zapoteca. Así se salvó de ser apresado por los soldados franceses.

La Didjaza, la Zapoteca, como se la apodaba, a los 19 años se enamoró también del cabo Remigio Toledo, militar de San Blas, quien con el tiempo devino conservador y partidario de la invasión francesa. Juana Catalina ayudó en muchas ocasiones a Porfirio Díaz económicamente, para que pudiese pagar a los soldados a su mando de las tropas liberales.

Con el paso del tiempo, el soldado liberal que fuera Díaz, llegó a la presidencia de México. Al enterarse la Didjaza de que su antiguo amor era presidente, acudió a la capital a visitarlo para pedirle ayuda para el progreso de la región zapoteca que tanto amaba.

Don Porfirio, acordándose de su amor y de que le había salvado la vida, la ayudó y, a más, le construyó en el Istmo una enorme casa, con muebles traídos especialmente de Francia, y con caballerizas. A dicha casa el presidente acudía a visitarla cada vez que podía, a donde llegaba en el tren que pasaba, ex profeso, frente de la tal casa. El tren se detenía justo ahí para que Porfirio no tuviera que caminar.

Como es de suponerse su llegada causaba una gran expectación entre los vecinos del pueblo de Tehuantepec. Dentro de la casona, Juana Catalina, vestida ya a la usanza europea, deleitaba a su amante interpretándole al piano la hermosa pieza de La Sandunga, hecho que extasiaba de amor al cruel gobernante.

La pareja continuó con sus amores por un largo tiempo hasta que Doña Juana Catalina Romero murió en la Ciudad de México el 19 de octubre de 1915 de un terrible cáncer que la fulminó.

Colaboración de Sonia Iglesias y Cabrera

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