martes, 23 de agosto de 2016

La carreta y el Cerro del Calvario



 En una ocasión salió de Real de Catorce, población del estado de San Luis Potosí, que antaño fuera una importante población rica en minas, una carreta cargada de oro que debía llegar a Zacatecas, estado que limita al este con San Luis Potosí, rico en minas de plata. Los conductores de la carreta decidieron hacer un alto en San Luis, que estaba muy bien vigilado por soldados, para seguir camino al día siguiente.

Pero quiso la nada fortuna que en la madrugada unos ladrones se robaran la carreta llena de oro. Los delincuentes se fueron hacia el rumbo de Salinas para evitar la vigilancia que hacía el camino de Zacatecas era muy observada. 

 Tomaron, pues,  el camino de Punteros. Iban por la ruta los ladrones muy felices con su carga, cuando de pronto un rayo de sol mágico cayó sobre la carreta cargada de oro, la cual, inmediatamente, se convirtió en el Cerro del Calvario, que también se le conoce como La Carreta del Calvario. Se había producido un encantamiento. Este interesante y extraño relieve se encuentra localizado en el Municipio de Villa Ramos

La conseja popular afirma que el cerro está lleno de oro en sus entrañas, pero nadie ha podido sacar nada del fabuloso tesoro. Para poder deshechizar al cerro y que se vuelva a convertir en la carreta cargada de riquezas, es necesario arrojar a un niño recién nacido desde los alto del pico donde se encuentra colocada una cruz. Esto debe hacerse en el preciso momento en que salga el primer rayo de luz. En cuanto el infante caiga al suelo, el cerro se convertirá en la carreta con su carga de oro que los ladrones se robaron hace ya muchos siglos. Obviamente nadie ha querido llevar a cabo tan atroz acto.

Sonia Iglesias y Cabrera

martes, 16 de agosto de 2016

La leyenda de la Danza de los Parachicos



En el siglo XVII, llegó a la Villa Real de Chiapa una hermosa imagen de San Sebastián Mártir. Santo muy venerado que fuera soldado del ejército romano y del emperador Diocleciano y que, posteriormente, se convertiría en mártir cristiano. Para venerarlo, se le construyó un templo, cuyas ruinas podemos ver en la ciudad de Chapa de Corzo, en el Cerro de San Gregorio.

Cuenta la leyenda que en cierta ocasión una señora que se dice era muy bella, estaba desesperada porque su hijo estaba muy enfermo y no encontraba quién lo curase, a pesar de que ya había visitado a varios médicos y a alguno que otro curandero. La enfermedad que lo aquejaba era sumamente extraña y no le permitía mover sus piernitas. Por casualidad, la mujer se enteró de que en Chiapa encontraría la cura para su hijo. Ante esta noticia la mujer decidió trasladarse a la ciudad acompañada de sus sirvientes, para pedirle el milagro a San Sebastián, Y efectivamente, el hijo se curó, y en agradecimiento la mujer repartió provisiones entre los habitantes más humildes de la ciudad. 


Mientras repartía los comestibles, un grupo de indígenas pintados de la cara de blanco y con llamativas vestimentas, se puso a bailar en agradecimiento a la señora que llevaba el nombre de doña María de Angulo. Al verlos, la dama les dio a ellos también comida, al tiempo que les decía - ¡Para el chico!, lo que los indios convirtieron en “Parachico”. Desde entonces, la danza de los Parachicos sigue vigente.

De esta leyenda existe otra versión que nos relata que en el siglo XVIII arribó a Chiapa de Corzo una dama española que venía de Guatemala, acompañada de un hijo muy enfermo que los médicos no habían podido sanar. Iba a la mencionada ciudad porque le habían dicho que en ella ejercía un magnífico curandero. Mientras se dirigía a la casa del curandero, los sirvientes que la acompañaban iban gritando. -¡Dejad el camino libre, porque va a pasar mi patrona doña María Angulo!

Al llegar a lo del curandero en el cerro de Namandiyuguá, le dijo que si quería sanar a su hijo, debía ir a las aguas sanadoras de Cumbujuyú, para que lo bañara durante nueve días y que debía tomar un preparado de hierbas que él preparaba. La mujer, esperanzada, obedeció al curandero y, efectivamente, pasados los nueve días el niño se alivió completamente. La mujer regresó feliz a Guatemala. Como eran tiempos de fuerte hambruna en la ciudad, la dama que era muy rica, distribuyó maíz, frijol, verduras y dinero entra las habitantes de Chapa de Corzo, al tiempo que decía: ¡Para el chico, para el chico!

El día de San Sebastián, la mujer sacó a su hijo en andas solamente ataviado con un taparrabos, como el santo, para que la ciudad no volviera a padecer hambrunas. Como al año siguiente la naturaleza fue pródiga, los lugareños establecieron una fiesta que tiene lugar del 15 al 23 de enero, donde se llevan a cabo ceremonias religiosas y distracciones paganas, a fin de homenajear a San Antonio Abad, el Señor de Esquipulas y a San Sebastián. En esta festividad no falta la famosa Danza de los Parachicos.

Sonia Iglesias y Cabrera

martes, 9 de agosto de 2016

Los sueños de un hombre flojo




La abuelita de mi abuelita contaba una leyenda purépecha que, cuando yo era niña me relató mi mamá una noche. La leyenda dice que había una vez un hombre que era muy pobre, pero también sumamente perezoso. Trabajaba acarreando leña del campo para venderla y así poder sostener a su familia. Pero nunca cumplía correctamente con su tarea, ya que salía al campo, pero regresaba a su casa como se había ido: ¡sin nada de leña! Le daba mucha pereza recogerla.

Un día salió para ir al monte. Al llegar vio un venado y pensó en cazarlo para comprar con el dinero de la venta una gallina; la cual, al poner huevos diariamente, le daría las ganancias necesarias para poder comprarse una puerca. Pensó que cuando la marrana tuviera puerquitos, los engordaría, los vendería y le darían mucho dinero por ellos. Luego, con el dinero obtenido con la venta de los puercos, tendría lo suficiente para mercarse una borrega, la cual tendría muchos borreguitos que le proporcionarían al hombre flojo dinero para comprarse una carreta, unas vacas, y muchas cosas más que deseaba. Pensó que con tanta cosas ya nadie podría decir que era un pobretón.


Y su delirio continuaba, ya veía a las vacas pariendo muchos becerros, que cuando se convirtieran en toros le serviría para jalar una yunta. Con la yunta podría sembrar su parcela, o mejor, pensaba que puesto que ya era rico alquilaría peones que hiciesen el trabajo por él, y se dedicaría solamente a supervisar el trabajo que sus empleados realizasen. Él sólo les daría órdenes para que le echaran ganas al trabajo y no fueran flojos, ¡Ay, Señor, el burro hablando de orejas!

Pero como estaba tan eufórico pensando en  todos sus sueños de grandeza, no se dio cuenta que de su boca había salido un sonoro grito de alegría, y que el venado se había asustado, y dando un respingo y se había alejado a toda velocidad para esconderse en  lo más espeso del monte. Al ver al venado huir despavorido, el hombre se quedó inmóvil y un frío intenso le recorrió la espalda, pues se había quedado sin nada y todo se la hebía ido de las  manos. Todo lo perdió el flojonazo y se había quedado como el perro del hortelano. (1)

((1)  Informante: Lázaro Márquez Joaquín

Sonia Iglesias y Cabrera

martes, 2 de agosto de 2016

Las costillas del Diablo



Tepotzotlán es una localidad que se encuentra en el Estado de México, muy cerca de la Ciudad de México. Su nombre significa en lengua náhuatl “lugar donde abundan las jorobas”. Como toda localidad de nuestro país, cuenta con una fecunda tradición oral. Una de sus leyendas nos relata que hace mucho tiempo, en los túneles que se encuentran abajo del ahora Museo del Virreinato, existe una roca volcánica en la que se ven, perfectamente marcadas, unas costillas de hombre.

El origen de este fenómeno se debe a que en cierta ocasión un par de ángeles muy travieso decidió que podía atrapar sin problema al Diablo. Los ángeles establecieron un plan perfecto con el fin de agarrarlo. Después de mucho pensarlo, decidieron que la mejor forma de llevar a cabo su propósito era tentar al Demonio con una joven muy bella. Acudieron a la ciudad de Tepoztlán y se dirigieron a la casa de Sofía, la muchacha más hermosa del lugar, y le expusieron su plan. Sofía debía meterse en uno de los túneles completamente desnuda, e invocar al Diablo con una conjura especial que los ángeles conocían. Ya que el Diablo se apareciese atraído por la voz y la belleza de la muchacha, los ángeles lo atarían a una gran roca por medio de unas cadenas.



Sofía aceptó encantada lo solicitado, pues consideraba que era una buena manera de deshacer a la humanidad de ese ser tal maligno. Llegó la noche, y la joven se introdujo en el túnel, se desvistió y repitió el conjuro varias veces. Al fin el Diablo apareció y trató de poseer a Sofía. En ese momento aparecieron los valientes ángeles, tomaron por sorpresa al Demonio y lo ataron a la roca elegida.

Satán quedó inmovilizado, y por más que hacía la lucha, no lograba quitarse las cadenas. Luchaba y luchaba, pero nada lograba. El amanecer se acercaba, y el Diablo estaba furioso. Intentó cargar la roca para escapar y la presionó muy fuerte para levantarla, tan fuerte fue la presión que el calor de su cuerpo fundió parte de la roca, al desprenderse de ella las costillas se le quedaron marcadas en la piedra, pero logró escapar.

Desde entonces se puede ver la marca de las costillas del Diablo que quedaron para siempre estampadas en la roca volcánica. De más estar decir que el Diablo siguió haciendo de las suyas en la Tierra, a pesar de las buenas intenciones de los dos ángeles y de la bella Sofía.

Sonia Iglesias y Cabrera

martes, 26 de julio de 2016

Doña Mariana y doña Juana



En la época de la Colonia vivía un matrimonio en una casa situada en la hoy Plaza Aquiles Serdán de la Ciudad de México. Ella se llamaba doña Mariana de Pedroza y él don Genaro García de Villanueva. Como sus familias los habían casado siendo muy jovencitos, Genaro no amaba a su esposa, pero ella sí le amaba. Todos los días la condesita le pedía a la Virgen que su esposo la quisiera y nunca la abandonara. Y todos los días el conde visitaba a su amante, Juana de Armendáriz, y la dejaba hasta el amanecer. La esposa siempre le esperaba despierta, y cada día sentía más celos y odio por la mujer.
 

Un día, desesperada, doña Mariana acudió a la casa de su rival. Cuando estuvo frente a ella, ambas mujeres empezaron a discutir y a insultarse. Mariana, cegada por los celos, sacó un puñal y apuñaló a la amante, pero el puñal topó con una medalla que llevaba la joven y  se salvó. Entonces Juana, dio rienda suelta a su lengua y le dijo a la condesa que era una patética vieja decrépita. Ante los insultos, María tomó una espada de la pared y atacó a su rival desprendiéndole la cabeza  de un certero tajo. Al ver lo que había hecho, loca de temor envolvió la cabeza y se la llevó a su casa de campo en las afueras de la ciudad, ordenándoles a los criados que dijesen que había llegado la tarde anterior.

Al descubrirse el cuerpo de Juana, el Santo Oficio ordenó una inmediata investigación en la casa de la condesa por considerarla sospechosa. Su esposo también la acusaba de ser la asesina. Pero ante la caradura con que negaba su culpabilidad, la dejaron en paz. Mariana se fue a la casa de campo en carreta y por la noche. Apenas acababa de dejar la Traza, cuando se le apareció el cuerpo sin cabeza de Juana, pero fustigando a los caballos, logró huir de la aparición. Cada noche Juana iba a rogarle a Mariana que le devolviera su cabeza, pero ésta no la encontraba, se había olvidado en donde había quedado. Mientras tanto, Genaro se había dedicado por completo a la bebida, y murió de tristeza.

Muerta de dolor por la muerte de su esposo, Mariana decidió meterse al Convento de las Carmelitas Descalzas, pidiéndole a Dios en sus oraciones que la ayudara a encontrar la cabeza de la difunta Juana, porque su espectro no dejaba de seguirla aun en el convento. Una cierta noche, la condesa fue presa del delirio y salió a la calle repitiendo sin cesar: -Ya sé dónde está, ya la veo, al fin sé dónde está! Se dirigió a un lote baldío y con sus manos desenterró la cabeza de Juana y regresó al convento llevando la cabeza colgando de una mano. Todas las monjas la vieron y se asustaron tremendamente.

Un fraile fue el encargado de enterrar la cabeza en la misma sepultura donde yacía el cuerpo. Y desde entonces el fantasma de doña Juana nunca volvió a aparecerse ni por el convento ni por las calles de la ciudad reclamando su cabeza. Doña Mariana fue despojada de sus hábitos, le colocaron un rústico sayal y fue condenada a permanecer hasta el final de sus días encerrada en una celda, como castigo a su espantoso crimen.

Sonia Iglesias y Cabrera