La
abuelita de mi abuelita contaba una leyenda purépecha que, cuando yo era niña me
relató mi mamá una noche. La leyenda dice que había una vez un hombre que era muy
pobre, pero también sumamente perezoso. Trabajaba acarreando leña del campo
para venderla y así poder sostener a su familia. Pero nunca cumplía correctamente
con su tarea, ya que salía al campo, pero regresaba a su casa como se había
ido: ¡sin nada de leña! Le daba mucha pereza recogerla.
Un
día salió para ir al monte. Al llegar vio un venado y pensó en cazarlo para
comprar con el dinero de la venta una gallina; la cual, al poner huevos
diariamente, le daría las ganancias necesarias para poder comprarse una puerca.
Pensó que cuando la marrana tuviera puerquitos, los engordaría, los vendería y
le darían mucho dinero por ellos. Luego, con el dinero obtenido con la venta de
los puercos, tendría lo suficiente para mercarse una borrega, la cual tendría
muchos borreguitos que le proporcionarían al hombre flojo dinero para comprarse
una carreta, unas vacas, y muchas cosas más que deseaba. Pensó que con tanta
cosas ya nadie podría decir que era un pobretón.
Y
su delirio continuaba, ya veía a las vacas pariendo muchos becerros, que cuando
se convirtieran en toros le serviría para jalar una yunta. Con la yunta podría
sembrar su parcela, o mejor, pensaba que puesto que ya era rico alquilaría
peones que hiciesen el trabajo por él, y se dedicaría solamente a supervisar el
trabajo que sus empleados realizasen. Él sólo les daría órdenes para que le
echaran ganas al trabajo y no fueran flojos, ¡Ay, Señor, el burro hablando de
orejas!
Pero
como estaba tan eufórico pensando en todos sus sueños de grandeza, no se dio cuenta
que de su boca había salido un sonoro grito de alegría, y que el venado se
había asustado, y dando un respingo y se había alejado a toda velocidad para
esconderse en lo más espeso del monte. Al
ver al venado huir despavorido, el hombre se quedó inmóvil y un frío intenso le
recorrió la espalda, pues se había quedado sin nada y todo se la hebía ido de
las manos. Todo lo perdió el flojonazo y
se había quedado como el perro del hortelano. (1)
((1) Informante:
Lázaro Márquez Joaquín
Sonia
Iglesias y Cabrera
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