martes, 9 de agosto de 2016

Los sueños de un hombre flojo




La abuelita de mi abuelita contaba una leyenda purépecha que, cuando yo era niña me relató mi mamá una noche. La leyenda dice que había una vez un hombre que era muy pobre, pero también sumamente perezoso. Trabajaba acarreando leña del campo para venderla y así poder sostener a su familia. Pero nunca cumplía correctamente con su tarea, ya que salía al campo, pero regresaba a su casa como se había ido: ¡sin nada de leña! Le daba mucha pereza recogerla.

Un día salió para ir al monte. Al llegar vio un venado y pensó en cazarlo para comprar con el dinero de la venta una gallina; la cual, al poner huevos diariamente, le daría las ganancias necesarias para poder comprarse una puerca. Pensó que cuando la marrana tuviera puerquitos, los engordaría, los vendería y le darían mucho dinero por ellos. Luego, con el dinero obtenido con la venta de los puercos, tendría lo suficiente para mercarse una borrega, la cual tendría muchos borreguitos que le proporcionarían al hombre flojo dinero para comprarse una carreta, unas vacas, y muchas cosas más que deseaba. Pensó que con tanta cosas ya nadie podría decir que era un pobretón.


Y su delirio continuaba, ya veía a las vacas pariendo muchos becerros, que cuando se convirtieran en toros le serviría para jalar una yunta. Con la yunta podría sembrar su parcela, o mejor, pensaba que puesto que ya era rico alquilaría peones que hiciesen el trabajo por él, y se dedicaría solamente a supervisar el trabajo que sus empleados realizasen. Él sólo les daría órdenes para que le echaran ganas al trabajo y no fueran flojos, ¡Ay, Señor, el burro hablando de orejas!

Pero como estaba tan eufórico pensando en  todos sus sueños de grandeza, no se dio cuenta que de su boca había salido un sonoro grito de alegría, y que el venado se había asustado, y dando un respingo y se había alejado a toda velocidad para esconderse en  lo más espeso del monte. Al ver al venado huir despavorido, el hombre se quedó inmóvil y un frío intenso le recorrió la espalda, pues se había quedado sin nada y todo se la hebía ido de las  manos. Todo lo perdió el flojonazo y se había quedado como el perro del hortelano. (1)

((1)  Informante: Lázaro Márquez Joaquín

Sonia Iglesias y Cabrera

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