martes, 19 de enero de 2016

El sueño profundo



En Teziutlán, poblado que se localiza al noroeste del estado de Puebla, vivía con sus padres un jovencito que era muy pobre y sufría mucho por esta circunstancia. Buscaba, pero no encontraba trabajo, la situación estaba difícil. Un día en que estaba meditando acerca de su mala situación, se acordó de una leyenda que contaban los abuelos; en ella se afirmaba que cerca de Teziutlán existía una caverna que contenía en su interior un tesoro fabuloso: joyas fantásticas, monedas de oro, plata y demás cosas tentadoras. Gabriel, estaba tan desesperado que decidió ir en busca de la famosa cueva.
Preparó un itacate con tortillas y carne seca, tomó su grueso jorongo para taparse del frío y partió hacia las montañas. Después de mucho esfuerzo y de andar del tingo al tango por el campo, dio por fin con la tan buscada cueva. Dejó sus cosas a la entrada y se introdujo en la caverna. Cuál no sería su asombro al ver que en ella se encontraban las fabulosas riquezas.


Como estaba muy cansado por la búsqueda, salió de la cueva a descansar un poco antes de emprender el camino de regreso; su gran fatiga le hizo quedar dormido. Cuando despertó vio que estaba cubierto de telarañas y muy sucio, pero no le dio importancia y puso manos a la obra y empezó a acarrear las joyas y el oro para llevárselos.

Al llegar a Teziutlán vio que todo estaba muy cambiado, había comercios nuevos y los que recordaba habían desaparecido. Fue a su casa y vio que sus padres habían muerto hacía muchos años. Emprendió la  búsqueda de sus amigos y los que no habían fallecido, estaban muy viejitos y canosos.  Cuando retornó a su casa se miró al espejo y constató qué él mismo era un viejecito como de ochenta años.
Muy triste se sentó a llorar en una desvencijada silla. Ya nada era igual. Desesperado se preguntó si había valido la pena ir en busca de tanta riqueza si había perdido casi todo su vida en un sueño profundo… aunque ahora fuera rico.

Sonia Iglesias y Cabrera

martes, 12 de enero de 2016

La madre blasfema



La tradición oral de Nayarit nos relata que desde hace mucho tiempo los pobladores de Tepic acostumbran ir en peregrinación desde tal población, hasta Talpa, Jalisco, para rendir homenaje a Nuestra Señora del Rosario de Talpa. Los peregrinos se preparan con mucho tiempo de antelación antes de partir para el santuario.


En una ocasión una familia de Tepic decidió participar en dicha peregrinación. La madre, el padre, y los tres hijos se alistaron llenos de contento por el piadoso viaje que iban a realizar, cumpliendo con sus deberes de buenos católicos. Las dos hijas hembras habían invitado a dos amiguitas para que fuesen con ellas.

Salieron todos y empezaron a caminar. A la primera semana de marcha, la madre estaba muy cansada y se quejaba por todo: por lo largo del camino, por los molestos mosquitos y por las incomodidades del viaje. Estaba tan cansada y molesta que cuando sólo faltaban tres días para llegar a Talpa, decidió regresarse a su casa. Tan aturdida y fastidiada estaba la mujer que no solamente arremetió furiosa contra su familia, sino que empezó a ofender a otros peregrinos con sus palabras mal sonantes. Parecía como su hubiera perdido el juicio. Al final blasfemó y ofendió a la Virgen de Talpa. Cuando acabó de decir sus insultos se convirtió en piedra, como castigo a su poca fe y religiosidad.

Actualmente, esta piedra se encuentra en el Panteón Hidalgo de Tepic, al lado de la Capilla dedicada a Nuestra Señora del Refugio y todos pueden visitarla. Cuentan que mide un metro de diámetro y pesa quinientos kilos. En uno de sus costados pueden verse unas letras que dicen “Madre”.

Sonia Iglesias y Cabrera

martes, 5 de enero de 2016

La campana que sonaba bonito




Cuentan los abuelos que un señor que vivía en Alotepec, Oaxaca, en el distrito mixe, un día fue a San Andrés Tuxtla a vender sus chiles. Cuando llegó había fiesta, y el hombre aprovechó que había mucha gente para ofrecer su mercanciA. Cuando llegó la hora en que se oficiaría la misa, se escuchó el tañar de la campana de la iglesia de San Andrés. Al señor le gustó tanto el sonido que decidió ir a verla. Al llegar a la torre del campanario las personas que se encontraban en el atrio lo vieron y se preguntaron qué hacía ese hombre allá arriba, le gritaban que qué hacía allá arriba sin que nadie le hubiera dado permiso para subir. En represalia, los habitantes del pueblo lo bajaron a golpes y lo metieron a la cárcel para castigar tal atrevimiento. El pobre hombre preguntaba el porqué de los golpes y del encierro, las autoridades le contestaron que no debía haber subido al campanario sin permiso porque estaba prohibido, y el alegaba que lo había hecho porque el sonido de la campana era muy bonito.


Al otro día, el señor de los chiles fue puesto en libertad, Cuando regresó a Alotepec, les contó a sus compañeros que le había ido muy mal, y que había estado preso. Sus amigos que eran nahuales decidieron que ante tanta injusticia irían a quitar la campana. Se dirigieron a San Andrés dispuestos a cumplir lo acordado. Con mucha astucia se llevaron la campana a Alotepec, en medio de una torrencial lluvia con truenos y rayos. La dejaron en un sitio que se llama Kämpaan jud windïb’y, “cerca del hoyo de la campana”.

Cuando los nahuales de San Andrés llegaron a Alotepec a buscar la campana, no la encontraron. Los habitantes de Alotepec se reunieron para decidir lo que iban a hacer con la campana de marras. Algunos querían colgarla en la iglesia, pero otros decían que cuando sonara los nahuales de San Andrés la iban a oír e irían por ella. Entonces, se tomó la decisión de esconderla en el cerro para que nadie pudiera encontrarla.

Desde entonces, el día de San Andrés, justamente a mediodía, se escucha en todo el pueblo el tañer de la campana robada y sabiamente escondida.

Sonia Iglesias y Cabrera