En
Teziutlán, poblado que se localiza al noroeste del estado de Puebla, vivía con
sus padres un jovencito que era muy pobre y sufría mucho por esta
circunstancia. Buscaba, pero no encontraba trabajo, la situación estaba difícil.
Un día en que estaba meditando acerca de su mala situación, se acordó de una
leyenda que contaban los abuelos; en ella se afirmaba que cerca de Teziutlán
existía una caverna que contenía en su interior un tesoro fabuloso: joyas
fantásticas, monedas de oro, plata y demás cosas tentadoras. Gabriel, estaba
tan desesperado que decidió ir en busca de la famosa cueva.
Preparó
un itacate con tortillas y carne seca, tomó su grueso jorongo para taparse del
frío y partió hacia las montañas. Después de mucho esfuerzo y de andar del
tingo al tango por el campo, dio por fin con la tan buscada cueva. Dejó sus
cosas a la entrada y se introdujo en la caverna. Cuál no sería su asombro al
ver que en ella se encontraban las fabulosas riquezas.
Como
estaba muy cansado por la búsqueda, salió de la cueva a descansar un poco antes
de emprender el camino de regreso; su gran fatiga le hizo quedar dormido.
Cuando despertó vio que estaba cubierto de telarañas y muy sucio, pero no le
dio importancia y puso manos a la obra y empezó a acarrear las joyas y el oro
para llevárselos.
Al
llegar a Teziutlán vio que todo estaba muy cambiado, había comercios nuevos y
los que recordaba habían desaparecido. Fue a su casa y vio que sus padres habían
muerto hacía muchos años. Emprendió la búsqueda
de sus amigos y los que no habían fallecido, estaban muy viejitos y canosos. Cuando retornó a su casa se miró al espejo y
constató qué él mismo era un viejecito como de ochenta años.
Muy
triste se sentó a llorar en una desvencijada silla. Ya nada era igual.
Desesperado se preguntó si había valido la pena ir en busca de tanta riqueza si
había perdido casi todo su vida en un sueño profundo… aunque ahora fuera rico.
Sonia
Iglesias y Cabrera