martes, 23 de febrero de 2016

El que la hace la paga



Una leyenda de Salvatierra, Guanajuato, narra que hace mucho tiempo en Salvatierra existió un grupo de jóvenes que siempre andaban en busca de aventuras y emociones que llegaban a afectar la paz de los vecinos. Un cierto día, decidieron ir a robar fruta en una de las casas que se encontraba en las afueras de la ciudad. Tan tranquilos estaban haciendo sus fechorías cuando de pronto salió un anciano de la casa, era el dueño del huerto. Muy enojado por el robo, el hombre les reclamó, pero a los muchachos no les importó, se burlaron del pobre viejo, y encima de todo le aventaron de las guayabas hurtadas. El anciano muy molestó les espetó: -¡Muchachos ladrones, yo sé que algún día pagarán por todo lo malo que hacen!



Los ladrones se fueron a un callejón cercano tan tranquilos a comerse las guayabas y los perones que se habían robado, comentando y riéndose de lo que la habían hecho al dueño de la huerta. En esas estaban muy quitados de la pena, cuando advirtieron la presencia de un burro que estaba atado a unos arbustos. Decidieron desatar al animal, y uno de ellos lo montó, mientras los demás le pegaban al infeliz animal con varas. Empezó a hacerse de noche y los muchachos seguían molestando al burro. Poco a poco se fueron montando todos sobre el asno. Uno de ellos pidió que amarraran al burro que estaba encabritado, todos empezaron a gritar, pero nadie podía amarrarlo porque todos estaban encima de él. Despavoridos, se bajaron y vieron los brillantísimos ojos del burro, al tiempo que escucharon unos terribles lamentos que creyeron eran rebuznos del animal. Medio muertos del miedo, salieron corriendo aterrados hacia la ciudad.

Al día siguiente, las personas que caminaban por el callejón, vieron el cadáver de un joven completamente lleno de sangre. Nadie recordaba haber visto en los arbustos un burro amarrado, por la sencilla razón de que nadie tenía un burro en su haber. Los jóvenes habían matado a uno de sus compañeros confundiéndole con un burro. Desde entonces, en el Callejón del Burro –que así le nombraron al sitio- se aparece en las noches de Luna Nueva, un horrible burro en espera de nuevos jinetes que quieran montarlo.

Sonia Iglesias y Cabrera

martes, 16 de febrero de 2016

La maldición



Santa Cruz de Rosales, una cabecera municipal del estado de Chihuahua, se considera muy fecunda en tradición oral. Una de sus leyendas cuenta que por el año de 1811 había en Rosales un cura muy apreciado y querido por sus parroquianos. Un cierto día, para desgracia suya, reprendió a uno de los importantes señores de la ciudad de tener relaciones con una jovencita siendo casado. Don Tomás, que así se llamaba el hombre, se molestó bastante con las amonestaciones del sacerdote y, en venganza, lo acusó de conspirar contra las autoridades. Enviaron a un investigador llamado Francisco de la Cerna para que averiguara qué tanto había de cierto en tales acusaciones. El cura para que el investigador se cerciorase de que no existía ninguna conspiración, organizó una tertulia en su casa de la parroquia. En la fiestecita se bebió mucho hasta las tres de la mañana, y como de la Cerna había tomado bastante y ya era muy noche, el religioso le invitó a quedarse a dormir en su casa.


Al día siguiente, cuando el clérigo acudió a despertar a don Francisco, le encontró muerto en la cama. Había fallecido durmiendo. Los habitantes de Rosales, que tanto habían dicho quererle, acusaron al pobre cura de haber asesinado al investigador y prestos le enviaron una carta acusatoria al gobernador. Cuando la policía lo apresó, el cura enojado y decepcionado, dijo: ¡Los maldigo a todos, son un puñado de fieles desagradecidos, que Dios los condene al fuego eterno!

Tiempo después el sacerdote pudo probar su inocencia. Las autoridades clericales decidieron enviarlo a un mineral para predicar. El día de su partida, la iglesia se quemó durante la misa que oficiaba el nuevo servidor de Dios. Todos murieron, y así se cumplió la maldición del injustamente acusado padre de Rosales.

Sonia Iglesias y Cabrera

martes, 9 de febrero de 2016

El Llanto



Una leyenda de Zacatecas relata que en lo que fuera el casco de la ex Hacienda de Sierra Hermosa, en el Municipio de Villa de Cos, se escuchan los lastimeros sollozos de un niño asesinado brutalmente por su tío. Estos sollozos provienen del suelo de la entrada del pasillo que conduce al comedor. Los vecinos del lugar, asustados y molestos por este frecuente llanto, fueron a quitar el suelo del lugar a fin de localizar al desgraciado niño y enterrarlo como es debido,  pues sólo enterrándolo en campo santo se puede terminar con su desgarrador llanto.


Después de escarbar cerca de dos metros de profundidad, encontraron una piedra de cantera en forma de lápida. En ese momento, todos los que se dedicaban a dicha tarea tuvieron una sensación muy fea y extraña que les impidió continuar con el trabajo. A la piedra que encontraron le echaron agua bendita, y después taparon el hoyo. Los llantos siguen saliendo, pues el pequeño cadáver permanece en el mismo sitio.

La conseja popular dice que se trata del hijo pequeño de Manuela Moncada, quien al morir dejó al chiquito a cargo de su tío Francisco, el cual quedó como administrador encargado de la Hacienda Hermosa, que por ley pasaría a ser patrimonio del hijo de doña Manuela cuando cumpliera la mayoría de edad. Pero como Francisco era muy malo y muy ambicioso, decidió matar al infante para quedarse con los miles de centenarios de oro que atesoraba la mujer, y con la Hacienda que era muy rica y producía buenas ganancias.

Al ver al indefenso niño, Francisco que era hermano de doña Manuela, no dudó ni un instante en llevar a cabo el asesinato y lo mató cobardemente. Es por ello que todas las noches se escucha el desgarrador llanto del niño heredero de una gran fortuna de la que nunca tuvo tiempo de disfrutar.

Sonia Iglesias y Cabrera