martes, 16 de febrero de 2016

La maldición



Santa Cruz de Rosales, una cabecera municipal del estado de Chihuahua, se considera muy fecunda en tradición oral. Una de sus leyendas cuenta que por el año de 1811 había en Rosales un cura muy apreciado y querido por sus parroquianos. Un cierto día, para desgracia suya, reprendió a uno de los importantes señores de la ciudad de tener relaciones con una jovencita siendo casado. Don Tomás, que así se llamaba el hombre, se molestó bastante con las amonestaciones del sacerdote y, en venganza, lo acusó de conspirar contra las autoridades. Enviaron a un investigador llamado Francisco de la Cerna para que averiguara qué tanto había de cierto en tales acusaciones. El cura para que el investigador se cerciorase de que no existía ninguna conspiración, organizó una tertulia en su casa de la parroquia. En la fiestecita se bebió mucho hasta las tres de la mañana, y como de la Cerna había tomado bastante y ya era muy noche, el religioso le invitó a quedarse a dormir en su casa.


Al día siguiente, cuando el clérigo acudió a despertar a don Francisco, le encontró muerto en la cama. Había fallecido durmiendo. Los habitantes de Rosales, que tanto habían dicho quererle, acusaron al pobre cura de haber asesinado al investigador y prestos le enviaron una carta acusatoria al gobernador. Cuando la policía lo apresó, el cura enojado y decepcionado, dijo: ¡Los maldigo a todos, son un puñado de fieles desagradecidos, que Dios los condene al fuego eterno!

Tiempo después el sacerdote pudo probar su inocencia. Las autoridades clericales decidieron enviarlo a un mineral para predicar. El día de su partida, la iglesia se quemó durante la misa que oficiaba el nuevo servidor de Dios. Todos murieron, y así se cumplió la maldición del injustamente acusado padre de Rosales.

Sonia Iglesias y Cabrera

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