martes, 26 de julio de 2016

Doña Mariana y doña Juana



En la época de la Colonia vivía un matrimonio en una casa situada en la hoy Plaza Aquiles Serdán de la Ciudad de México. Ella se llamaba doña Mariana de Pedroza y él don Genaro García de Villanueva. Como sus familias los habían casado siendo muy jovencitos, Genaro no amaba a su esposa, pero ella sí le amaba. Todos los días la condesita le pedía a la Virgen que su esposo la quisiera y nunca la abandonara. Y todos los días el conde visitaba a su amante, Juana de Armendáriz, y la dejaba hasta el amanecer. La esposa siempre le esperaba despierta, y cada día sentía más celos y odio por la mujer.
 

Un día, desesperada, doña Mariana acudió a la casa de su rival. Cuando estuvo frente a ella, ambas mujeres empezaron a discutir y a insultarse. Mariana, cegada por los celos, sacó un puñal y apuñaló a la amante, pero el puñal topó con una medalla que llevaba la joven y  se salvó. Entonces Juana, dio rienda suelta a su lengua y le dijo a la condesa que era una patética vieja decrépita. Ante los insultos, María tomó una espada de la pared y atacó a su rival desprendiéndole la cabeza  de un certero tajo. Al ver lo que había hecho, loca de temor envolvió la cabeza y se la llevó a su casa de campo en las afueras de la ciudad, ordenándoles a los criados que dijesen que había llegado la tarde anterior.

Al descubrirse el cuerpo de Juana, el Santo Oficio ordenó una inmediata investigación en la casa de la condesa por considerarla sospechosa. Su esposo también la acusaba de ser la asesina. Pero ante la caradura con que negaba su culpabilidad, la dejaron en paz. Mariana se fue a la casa de campo en carreta y por la noche. Apenas acababa de dejar la Traza, cuando se le apareció el cuerpo sin cabeza de Juana, pero fustigando a los caballos, logró huir de la aparición. Cada noche Juana iba a rogarle a Mariana que le devolviera su cabeza, pero ésta no la encontraba, se había olvidado en donde había quedado. Mientras tanto, Genaro se había dedicado por completo a la bebida, y murió de tristeza.

Muerta de dolor por la muerte de su esposo, Mariana decidió meterse al Convento de las Carmelitas Descalzas, pidiéndole a Dios en sus oraciones que la ayudara a encontrar la cabeza de la difunta Juana, porque su espectro no dejaba de seguirla aun en el convento. Una cierta noche, la condesa fue presa del delirio y salió a la calle repitiendo sin cesar: -Ya sé dónde está, ya la veo, al fin sé dónde está! Se dirigió a un lote baldío y con sus manos desenterró la cabeza de Juana y regresó al convento llevando la cabeza colgando de una mano. Todas las monjas la vieron y se asustaron tremendamente.

Un fraile fue el encargado de enterrar la cabeza en la misma sepultura donde yacía el cuerpo. Y desde entonces el fantasma de doña Juana nunca volvió a aparecerse ni por el convento ni por las calles de la ciudad reclamando su cabeza. Doña Mariana fue despojada de sus hábitos, le colocaron un rústico sayal y fue condenada a permanecer hasta el final de sus días encerrada en una celda, como castigo a su espantoso crimen.

Sonia Iglesias y Cabrera

martes, 19 de julio de 2016

El Cuerudo de Apatzingan



Durante la época de la Intervención Francesa en México surgieron en Michoacán los famosos “cuerudos”, guerreros muy valientes que luchaban por la patria, Un día en una batalla entre franceses y mexicanos en Apatzingan, un cuerudo le cortó la cabeza a un francés, la cual quedó tirada en el campo de batalla. Pasados algunos años, los campesinos de la región empezaron a oír, a la caída del sol, los sonidos de una batalla, a los que seguía un absoluto silencio. Los perros aullaban asustados, y los coyotes se ponían inquietos y furiosos. Al cabo de un rato, aparecía la figura de un jinete sin cabeza, montado en un hermoso caballo negro, que llevaba en la mano una espada. Iba el jinete vistiendo uniforme del ejército francés lleno de sangre, y una capa roja que flotaba al viento.



El jinete sin cabeza cabalgaba muy enojado y buscaba desesperadamente su cabeza perdida que no podía encontrar. Estaba tan furioso que cuando veía a alguna persona, sin pensarlo dos veces le cortaba la cabeza con su filosa espada. El jinete francés se aparecía, sobre todo, en las noches que hay luna llena; daba vueltas por todo el campo buscando su cabeza, y como no la encentraba, se iba a las ranchería y a los pueblos a buscarla. Entraba como un torbellino por la calle, llegaba hasta el centro de los pueblos, donde el majestuoso caballo negro, se paraba en dos patas y relinchaba escalofriantemente. ¡Pobre de aquel que tuviera la mala suerte de salir de su casa, porque quedaba sin cabeza! Cuenta la leyenda que alguno que otro hombre que se consideraba muy valiente, le salía al paso al jinete y rifle o pistola en mano, le disparaba varias veces; pero como es de suponer, las balas no afectaban para nada al francés que regresaba del Más Allá a buscar su perdida cabeza.

Es por ello que los pobladores de Apatzingan prefieren no salir de sus casas las noches en que hay luna llena, pues es muy posible que se topen con el famoso jinete sin cabeza, prefieren ponerse a rezar hasta que dejan de escuchar el trote del caballo y sus relinchos.

En cierta ocasión una muchacha que estudiaba en Apatzingan, regresó a su ranchería el fin de semana para pasarlo con sus padres. Caminaba, con unas amigas de la escuela a las que había invitado a su casa, desde donde las dejaba el autobús de pasajeros hacia su casa, pero se les hizo tarde cuando agarraron camino por aquellos hermosos campos. El tiempo pasaba, y el sol se iba ocultando poco a poco. En el cielo brillaba la luna llena, cuando de pronto escucharon el fragor de una batalla: disparos, voces, gritos, relinchos de caballos… y de repente, un silencio sepulcral… asustadas, las muchachas escucharon el galope de un caballo, y un terrible relincho. El galopar del caballo se iba escuchando cada vez más cerca. Las chicas estaban aterrorizadas cuando vieron al espantoso jinete sin cabeza que poco a poco se les iba acercando. En ese momento se escuchó la voz de la muchacha que les gritó a sus amigas: ¡Al suelo, tírense al suelo! Todas obedecieron justo a tiempo para que el jinete francés les pasara por encima al tiempo que blandía su espada tratando de cortar sus cabezas. Varias veces el jinete trató de cortárselas. De pronto, apareció otro jinete vestido de gamuza, con un paliacate en la cabeza, sombrero colgado a la espalda, y que empuñaba un machete en la mano… era el fantasma de un Cuerudo de Apatzingan, que había llegado de ultratumba para salvar a las muchachas. El jinete francés salió huyendo precipitadamente. Cuando las jóvenes quisieron darle las gracias al “cuerudo”, había desaparecido…

Sonia Iglesias y Cabrera

jueves, 14 de julio de 2016

El famoso Callejón del Beso





El Callejón del Beso es una triste leyenda de Guanajuato, México. Se trata de una narración muy antigua de dicho estado, tan pleno de riqueza oral y de callejones, en la que se relata que la joven Ana era una bellísima mujer, hija de un acaudalado señor de Guanajuato. Cierta vez conoció a un muchacho humilde y sin recursos económicos que era minero y se llamaba Carlos. En cuando los dos jóvenes se vieron a la salida de misa, quedaron profundamente enamorados.

Carlos no se atrevía a hablarle a Ana, pues era consciente de la diferente clase social a la que pertenecían y que los separaba irremediablemente. Sin embargo, un buen día se armó de valor y la saludó a la salida de la iglesia. Después de cortejarla y platicar con Ana en el balcón de la casa de la muchacha, era un hecho el fuerte amor que les unía.

Pero un malhadado día, alguien fue con el chisme de los amores de Ana al padre, quien inmediatamente montó en cólera, llamó a su presencia a su hija, y le prohibió terminantemente cualquier contacto con ese joven de tan poca fortuna. En caso de que Ana no hiciese aprecio a lo ordenado , el padre la amenazó con recluirla en un convento hasta el fin de sus días en este Tierra.



Sin embargo, los jóvenes no estaban dispuestos a renunciar a su amor, y Carlos, con muchas dificultades económicas, rentó una habitación enfrente de la casa donde vivía Ana. Desde entonces desde los dos balcones de ambas casas  que estaban frente y ayudados por la dueña de Ana, los enamorados se veían todas las noches y planeaban su pronto matrimonio; ya que el padre de la muchacha la había prometido a un amigo suyo que era muy rico.

Pero, el padre sospechaba de los amoríos de su hija, y una noche entró  a la recámara de Ana y la sorprendió en pleno idilio con Carlos. Sin pensarlo un solo momento, el furioso hombre sacó una daga y la hundió en el pecho de Ana, sin que la dueña pudiese impedirlo. Al verla desvanecida, Carlos le tomó una mano a su adorada y la besó fervientemente.

Poco tiempo después, el desgraciado Carlos no pudiendo soportar la pérdida de Ana, decidió suicidarse arrojándose en el tiro principal de la mina donde trabajaba. Desde entonces, la calle en que se encuentran las dos casas con sus balcones, recibió el nombre de El Callejón del Beso.

La conseja popular dice que cuando una pareja pasa por el Callejón del Beso, debe darse un ósculo al subir al tercer escalón, si lo hacen es seguro que tendrán siete años de felicidad, de lo contrario, serán desafortunados e infelices durante el mismo lapso indicado.

Sonia Iglesias y Cabrera