El
padre Gabriel Denia tenía a su cargo la iglesia de Santa Catarina Mártir, en la
hoy Calle de República de Brasil, en la Ciudad de México. El sacerdote devoto y
pleno de fe, iba todas las noches, a la medianoche, a rezar al templo. Sus
visitas se hacían cada vez más frecuentes, y los habitantes del barrio
empezaron a murmurar. Algunos decían que acudía al templo para realizar ritos espantosos
y demoníacos, y otros afirmaban que se flagelaba hasta sangrar copiosamente. Comía
muy frugalmente, su principal alimento era el espiritual.
Un
día se celebró una fiesta en la casa del regidor de la ciudad don Félix Salcedo
de Villalba, a la que acudirían solamente las personas importantes. Algunos hombres
de entre los festejantes decidieron acudir a la iglesia para espiar al
sacerdote y averiguar a ciencia cierta qué era lo que hacía a las doce de la
noche. Entraron en ella y se agazaparon. Al poco rato, crujieron las puertas de
la sacristía y el padre Denia salió para dirigirse al altar mayor: se
arrodilló, prendió las velas dedicadas a la Virgen y a la imagen de Cristo
crucificado y rezó un padrenuestro. De repente, a los espías se les puso la
carne de gallina pues escucharon que muchas voces respondían a la plegaria del
sacerdote. Terriblemente aterrados se dieron cuenta que las voces provenían de
las ánimas del Purgatorio. En ese momento, los santos y las vírgenes que
estaban en la iglesia descendieron de sus altares y se arrodillaron junto al
padre Denia para acompañarlo en sus rezos. Las caras de madera de los santos
expresaban dolor y piedad, y sus rezos de ultratumba aterrorizaban al que los
oyese. Don Félix, en el paroxismo del miedo se desmayó, al tiempo que profería
un horrible grito; otro de los hombres que le acompañaba sufrió la misma
suerte. Al oírlo el cura, los rezos cesaron, y Denia se dirigió al regidor para
auxiliarlo; trató de ayudar a los dos desmayados, pero fue en vano, ambos
caballeros estaban inconscientes del miedo.
Los
otros hombres se llevaron cargando al regidor a su casa. Don Félix estuvo
enfermo por una semana, al cabo de la cual se volvió completamente loco y pleno
de alucinaciones. El padre Denia vivió muchos años y siempre siguió oficiando
misa y rezando a la medianoche, junto con los santos de madera.
Sonia
Iglesias y Cabrera
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