martes, 15 de septiembre de 2015

La mano




En una casa señorial de la ciudad de Valladolid, vivía un hidalgo pobre de nombre Juan Núñez de Castro, que había llegado a la Nueva España con su segunda esposa doña Margarita, mujer enojona y despilfarradora, y su hija doña Leonor habida en su primer matrimonio. Leonor era bella, rubia, blanca y muy buena. La madrasta, con su fuerte carácter, dominaba tanto al marido como a la hijastra, a la que no le permitía ni amistades ni distracciones, y la restringía a realizar las labores domésticas.


Llegó a Valladolid a pasar las celebraciones de la Semana Santa, un noble de la corte del virrey de México. En sus paseos por la ciudad vio a Leonor asomada en el balcón de su casa y se enamoró inmediatamente. Don Manrique de la Serna y Frías, conquistó a la muchacha y se citaron para verse a las ocho de la noche en las rejas de una de las ventanas del sótano de la casa de la chica, con miras a solicitar la mano de Leonor, seguro de la aceptación pues don Manrique era rico y prestigioso. A fin de ahuyentar a los curiosos, vistió a su paje de fraile dieguino, le pintó la cara de calavera, y le ordenó que se paseara por la Calzada de Guadalupe, en donde estaba situada la casa, simulando ser un alma en pena. Durante varias noches los enamorados se vieron a través de la reja, mientras el paje se paseaba asuntando a los que llegaban a verle.

Pero doña Margarita descubrió las citas clandestinas y el engaño del “alma en pena”. Furiosa, cerró la puerta del sótano y dejó a Leonor encerrada en él. Don Manrique fue llamado de improviso por el virrey a México. Partió de inmediato con la esperanza de pedirle a su patrón que pidiese la mano al padre de Leonor. Don Juan, su padre, había salido de la ciudad a hacer unas diligencias y no se percató del encierro de su hija. Margarita que moría de hambre en el sótano, y queriendo vivir para su amado, sacaba su bella mano por la reja y pedía limosna con lastimera voz. No faltaba quien le diera un trozo de pan.

Cierto tiempo después, regresó don Manrique y enseguida se dirigió a la casa de su amada a pedir la mano de Leonor. Cuando llegó la llamó, pero nadie le contestó, Entonces, los criados le informaron que la chica se encontraba encerrada en el sótano por su cruel madrastra. Corrió don Manrique a abrir el sótano, y vio que doña Leonor estaba muerta. Ante este hecho, las autoridades apresaron al padre, la madrastra y los criados, y les dieron el merecido castigo.

Don Manrique vistió a Leonor con el traje blanco de novia que le llevaba de regaló y le dio sepultura en la Iglesia de San Diego.

Desde entonces, en la reja del sótano de la casa de doña Leonor, aparece una lánguida, pálida y descarnada mano que se asoma a través de los barrotes implorando ¡Un pedazo de pan, por el amor de Dios!

Sonia Iglesias y Cabrera

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