martes, 29 de marzo de 2016

El Señor del Buen Despacho



Sebastián Vera era un usurero de sesenta años. A pesar de ser rico vivía pobremente, y guardaba su dinero en escondites en su casa. Un día, su esposa al colgar un retrato de su madre se cayó y se rompió una pierna. Al momento, Sebastián se dirigió a la Catedral Metropolitana y le pidió al Señor del Buen Despacho que si sanaba a su mujer le ofrecería un ex voto de una pierna de oro. Como la mujer empezó a mejorar, Sebastián fue con el Señor y le dio dos piernitas de plata y le aseguró al Señor que salía ganando con el cambio, ya que con  dos piernas se podía caminar y con una no, aunque fuera de oro. Doña Genoveva siguió mejorando, y ya podía andar caminando con un par de muletas. Entonces, don Sebastián acudió a la Catedral y le dijo al Cristo que le diera permiso de cambiar las dos piernas de plata por cuatro de cobre, alegando que el color del cobre era más brillante y atractivo que el de las dos piernas de plata. Y muy ufano con el cambio regresó a su casa.
 
 La mujer siguió mejorando, y a poco dejó las muletas. Sebastián se dirigió a la capilla donde se encontraba el Cristo y le dijo que le iba a quitar las piernas de cobre para hacer monedas, porque al fin y al cabo no las necesitaba para nada y que a cambio le iba a rezar cien padres nuestros y cien aves marías, que tenían mucho más valor a los ojos de dios que las piernitas de cobre, que con el tiempo se pondrían negras y feas. Como el Cristo no reaccionaba, subió su oferta a mil oraciones, siempre tratando de convencer al Jesús de que salía ganando con el cambio.

Cuando Genoveva estuvo completamente establecida, Sebastián acudió ante el Cristo y le dijo que rezar con verdadera devoción mil oraciones era tarea muy difícil, pues siempre había la tendencia a distraerse, que se las cambiaba por quinientas oraciones; o por cien; o mejor aún que le perdonase la deuda.

Pero a Genoveva se la pudrió la pierna misteriosamente y el doctor habló de cortársela, Sebastián corrió a la capilla y le dijo a Cristo que le rezaría las quinientas oraciones. Pero la mujer no mejoraba y el hombre le dijo a Cristo que le devolvería las piernitas de cobre. Nada. Entonces Sebastián prometió a Jesús restituirla las piernas por dos hermosas de plata, hechas especialmente en la Calle de Plateros. Pero Genoveva se moría y el esposo sacó mondas de oro de sus escondites y mandó hacer una pierna de oro. Pero Cristo no escuchó al avaro y la pobre mujer murió.

Como se encontraba muy sólo, Sebastián le compró una esclava a un contrabandista. Ya que la tuvo se negó a pagarle, amenazándole con denunciarle ante el Tribunal de la Real Hacienda si hacía escándalo. A poco, el avaro cayó de las escaleras y murió. Al verlo sin vida, el contrabandista y la esclava le robaron toda su riqueza al viejo mezquino, que no sólo perdió sus riquezas sino la vida al tratar de engañar al Señor del Buen Despacho.

Sonia Iglesias y Cabrera

martes, 22 de marzo de 2016

Bolum Votan



Cuenta una leyenda maya que después de que apareció el dios Zamná en Yucatán, arribó por la parte sur de la Península un hombre muy especial con su gente. Se hacía llamar Bolum Votan, y fue quien enseñó a los mayas a cultivar el cacao y el maíz, así como a creer en un dios. Votan llegaró de allende el mar, por la Laguna de Términos, se adentró hasta el Valle del Usumacinta y fundó la ciudad de Palenque, “lugar cercado y techado”, nombre original de Nachan, “la casa de las culebras”, a más de la ciudad de Yaxbite (Ocotzingo) A Votan se la llamaba Corazón de Gente, y a él le siguió en estirpe Canan Lum, Serpiente de la Tierra. Ambos fueron sumamente venerados.



Votan, hombre sabio que hacía prodigios, procedía del linaje de las culebras, y era originario de Chivín, afirmaba ser enviado de dios con el propósito de repartir las tierras. Su deseo era llegar a la raíz del Cielo, para lo cual efectuó varios viajes a Chavín, hasta que encontró un hoyo hecho por las mismas culebras, y se adentró en él desde Suqui hasta Tzequil. Luego llegaron siete familias tzequiles y fundaron una ciudad.

Unió Votan a los clanes que se encontraban en la península por medio de alianzas matrimoniales y estableció la propiedad privada, bajo un gobierno teocrático absoluto. Fue el héroe civilizador de Chiapas.

Dentro de la cultura tzeltal, Votan se convirtió en un gobernante que vivió cerca de Teopisca, en el estado de Chiapas, durante el período Posclásico. Sus súbditos le llamaban Señor del Tambor de Madera Horizontal, y se le asociaba con Ak’bal, el dios jaguar de la oscuridad. Todas sus efigies y objetos fueron quemados por el obispo Nuñez de la Vega en el funesto año de 1691.

Sonia Iglesias y Cabrera

miércoles, 16 de marzo de 2016

Teresa Urrea



La Santa de Cábora, García Nona María Rebeca Chávez, nació en México en el año de 1873 y murió en Arizona en 1906. Fue hija ilegitima de Tomás Urrea, rico sonorense que tenía sus propiedades en Álamos, Sonora, y de una india tehueca, llamada Cayetana Chávez. Cuando contaba con 14 años, su madre fue a Cábora a buscar al padre de su hija con el propósito de pedirle ayuda. Don Tomás accedió, la reconoció y le dio su nombre. Otra versión nos informa que la madre la abandonó y la niña Teresa no tuvo más remedio que ir en busca de su padre, quien en seguida y gustoso la acogió en su casa. En el pueblo de Cábora conoció a una curandera con la cual entabló amistad y, dice la leyenda, que con ella aprendió los secretos de la magia y sus hechizos, hasta convertirse en su aprendiz y ayudante.


Cuando Teresa contaba con 16 años, tuvo un ataque de catalepsia que le duró catorce días. Como la creyeron muerta, sus familiares comenzaron los preparativos para su funeral. En el preciso momento en que la estaba velando, la chica volvió en sí. Todas las personas creyeron que había resucitado, y en todo Sinaloa se propagó el “milagro” de su vuelta a la vida.

Al poco tiempo de haber resucitado, Teresa descubrió que podía entrar en éxtasis y que podía profetizar. La fama de sus dones se extendió por los estados norteños y pronto empezaron a acudir peregrinos para que los sanara, pues además de tener el don de la profecía, era conocida por sus curaciones milagrosas. Sus más fanáticos seguidores fueron los indios mayos y yaquis.

Pero Teresa, además de profetizar y sanar, era buena oradora y no paraba en mientes en decir lo que pensaba acerca de las injusticias que padecía el pueblo. Este hecho suscitó temor en el dictador don Porfirio Díaz y su gabinete, pues se sintieron aludidos y con razón.

Los conceptos justicieros de la Santa de Cábora, influyeron mucho en el líder Cruz Chávez, con quien se escribía asiduamente, influencia que originó la famosa Rebelión de Tomóchic, que tuvo lugar en 1891, pues los habitantes de esta ciudad estaban absolutamente hartos de los desmanes y de las injusticias llevadas a cabo por el gobierno dictatorial, y de que se entregaran las riqueza forestales y mineras a estadounidenses y a ingleses.

Tanto querían y seguían los habitantes de Tomóchic a Teresa que habían colocado una imagen de la mujer en el altar del templo de la población. Cuando el cura llegó pidió que se la quitara por ser un sacrilegio, los habitantes se negaron, y ahí se inició el terrible conflicto.

Pasado un año, tocó a los indios mayos luchar contra el gobierno, y al grito de “¡Viva la Santa de Cábora!” Iniciaron su lucha. A raíz de estos hechos, fue aprehendida junto con su padre y exiliada a los Estados Unidos, donde vivió en el pueblo de Clifton hasta su muerte cuando contaba con solamente 33 años.

Sonia Iglesias y Cabrera


martes, 8 de marzo de 2016

Mezcal



Dentro de la tradición oral zapoteca existe una leyenda referente al origen del mezcal. Nos dice que hace muchos cientos de años existió una diosa que era muy bella, soberbia y fría. Se llamaba Máyatl. A pesar de no ser muy asequible, Máyatl era dadivosa. Su cuerpo era extraño, se parecía a un tronco de agave, y las pencas eran los cuarenta mil senos que tenía. Cuando en su corazón se formaron muchos gusanos, la diosa empezó a tener sentimientos: deseo, excitación y amor. 



En esas condiciones conoció a un muy apuesto guerrero llamado Chag, y se enamoró profundamente de él. Pero Chag era tímido y no se creía merecedor del amor de una diosa tan importante y destacada como Máyatl, aunque ya la amaba con toda su alma, pero en silencio. La divinidad estaba desesperada porque el bello guerrero no le hacía caso, o al menos eso era lo que pensaba ante la timidez del joven; y en la más profunda de las desesperaciones un día le ofreció a Chag uno de sus senos para que bebiera de él.

El guerrero lo aceptó y succionó con fruición el noble seno de la diosa Máyatl, hasta que se embriagó, y con trémulas palabras le dijo: ¡Oh, hermosa dama, hazme dios o conviértete tú en mujer! Ante esta desesperada petición, Máyatl colocó su hermosa mano sobre el corazón de Chag y lo convirtió en dios.
En ese momento, el guerrero-dios abrazó a la diosa Máyatl con todo el fervor de que era capaz y se fueron a hacer el amor durante siete días y siete noches. Al poco tiempo, el par de dioses se alejó rumbo al Cielo donde moran desde entonces, acompañados de otros dioses, y gozando de su amor que por fin pudo realizarse, gracias a que él probó el mezcal que le dio valor para declararle a la deidad el amor que le tenía.

Sonia Iglesias y Cabrera

martes, 1 de marzo de 2016

El guerrero tlaxcalteca




En la época prehispánica, en la ciudad de Tlaxcala, vivía un guerrero que era tan fuerte como diez. Medía más de dos metros y manejaba una inmensa macana que solamente él era capaz de cargar. A tan famoso guerrero lo solicitaban muchos señoríos indígenas, entre ellos el mexica, pero el valiente guerrero, que se llamaba Tlahuicole,  nunca aceptaba y aclaraba que él era un general tlaxcalteca. Pero el emperador azteca Moctezuma lo codiciaba y ordenó a sus guerreros que lo apresasen y lo llevaran ante su persona. Por veinte días buscaron al majestuoso guerrero; cuando le encontraron, trataron de apresarlo, pero sin éxito, pues su fortaleza los venció. Entonces decidieron ponerle una trampa en una ciénaga.
 
Ante la trampa, que estaba muy bien urdida, el valiente tlaxcalteca cayó preso. Inmediatamente, los soldados lo llevaron a Tenochtitlan al palacio del Huey Tlatoani Moctezuma. Al tenerlo frente a él, el emperador le dijo: -¡Valiente guerrero tlaxcalteca, te pido disculpas por la manera en que mis guerreros te han traído, pero es necesario que formes parte de mis tropas y seas nuestro general! Pero el apresado muy dignamente le contestó que no aceptaba, ya que los mexicas eran enemigos de él y de su pueblo, y que nunca formaría parte de las tropas mexicas. Entonces Tlahuicole, ante la insistencia del Huey Tlatoani y porque no le quedaba más remedio, aceptó la oferta y se puso al mando de las tropas mexicas que querían conquistar a los purépecha.
Al frente del ejército mexica, Tlahuicole avanzó hasta tierras michoacanas y realizó varias conquistas. Terminadas éstas, el guerrero regresó a Tenochtitlan y le dijo al emperador que había cumplido con lo pedido. Moctezuma, muy contento por las victorias, ordenó que se realizase una fiesta para celebrar tan buenas noticias. Y le dijo a Tlahuicole: - ¡Quédate con nosotros, que a cambio yo te daré lo que me pidas! A lo que el joven replicó: - ¡No! Jamás traicionaría a mi señor tlaxcalteca!
Enojado, Moctezuma ordenó que veinte de los guerreros más valientes le dieran muerte al necio tlaxcalteca en una lucha dispareja, en la cual a Tlahuicole le dieron un escudo de papel y una macana sin láminas de sílex. Si ganaba le dejaría Moctezuma en libertad. La lucha comenzó, ocho mexicas murieron a manos del tlaxcalteca y los demás quedaron heridos e incapaces de pelear. Ante este hecho, el emperador le devolvió la libertad; sin embargo, Tlahuicole le responde que no podía regresar a Tlaxcala pues estaba deshonrado, y deseaba ser sacrificado.
Moctezuma cumplió su deseo y Tlahuicole fue sacrificado a Huitzilopochtli en el Templo Mayor. Su cuerpo fue tirado en Villa Alta, en una ciénaga donde todavía se encuentran los restos de este valiente guerrero que nació en San Juan Ixtenco.

Sonia Iglesias y Cabrera