Sebastián
Vera era un usurero de sesenta años. A pesar de ser rico vivía pobremente, y guardaba
su dinero en escondites en su casa. Un día, su esposa al colgar un retrato de
su madre se cayó y se rompió una pierna. Al momento, Sebastián se dirigió a la
Catedral Metropolitana y le pidió al Señor del Buen Despacho que si sanaba a su
mujer le ofrecería un ex voto de una pierna de oro. Como la mujer empezó a
mejorar, Sebastián fue con el Señor y le dio dos piernitas de plata y le
aseguró al Señor que salía ganando con el cambio, ya que con dos piernas se podía caminar y con una no,
aunque fuera de oro. Doña Genoveva siguió mejorando, y ya podía andar caminando
con un par de muletas. Entonces, don Sebastián acudió a la Catedral y le dijo
al Cristo que le diera permiso de cambiar las dos piernas de plata por cuatro
de cobre, alegando que el color del cobre era más brillante y atractivo que el
de las dos piernas de plata. Y muy ufano con el cambio regresó a su casa.
La
mujer siguió mejorando, y a poco dejó las muletas. Sebastián se dirigió a la
capilla donde se encontraba el Cristo y le dijo que le iba a quitar las piernas
de cobre para hacer monedas, porque al fin y al cabo no las necesitaba para
nada y que a cambio le iba a rezar cien padres nuestros y cien aves marías, que
tenían mucho más valor a los ojos de dios que las piernitas de cobre, que con
el tiempo se pondrían negras y feas. Como el Cristo no reaccionaba, subió su
oferta a mil oraciones, siempre tratando de convencer al Jesús de que salía
ganando con el cambio.
Cuando
Genoveva estuvo completamente establecida, Sebastián acudió ante el Cristo y le
dijo que rezar con verdadera devoción mil oraciones era tarea muy difícil, pues
siempre había la tendencia a distraerse, que se las cambiaba por quinientas
oraciones; o por cien; o mejor aún que le perdonase la deuda.
Pero
a Genoveva se la pudrió la pierna misteriosamente y el doctor habló de
cortársela, Sebastián corrió a la capilla y le dijo a Cristo que le rezaría las
quinientas oraciones. Pero la mujer no mejoraba y el hombre le dijo a Cristo
que le devolvería las piernitas de cobre. Nada. Entonces Sebastián prometió a
Jesús restituirla las piernas por dos hermosas de plata, hechas especialmente
en la Calle de Plateros. Pero Genoveva se moría y el esposo sacó mondas de oro
de sus escondites y mandó hacer una pierna de oro. Pero Cristo no escuchó al
avaro y la pobre mujer murió.
Como
se encontraba muy sólo, Sebastián le compró una esclava a un contrabandista. Ya
que la tuvo se negó a pagarle, amenazándole con denunciarle ante el Tribunal de
la Real Hacienda si hacía escándalo. A poco, el avaro cayó de las escaleras y
murió. Al verlo sin vida, el contrabandista y la esclava le robaron toda su
riqueza al viejo mezquino, que no sólo perdió sus riquezas sino la vida al
tratar de engañar al Señor del Buen Despacho.
Sonia
Iglesias y Cabrera