Esta es la leyenda
maya de una princesa llamada Ixquic, La Sangre, que un día oyó a su padre
Cuchumaquic, Señor de Xibalbá, el tenebroso Inframundo, contar la historia de Hun-Hunahpú, que se volvió el
Árbol de Jícara. El relato le pareció tan fabuloso a la doncella que decidió ir
a ver el árbol de los frutos maravillosos para gustar de ellos. La bella
princesa emprendió la marcha sola, hasta Pucbal-Chah, donde se encontraba. Cuando
llegó al árbol, se asombró de los maravillosos frutos y se planteó cortar uno.
Entonces, una calavera que se llamaba Hun-Hunahpú, y estaba entre las ramas le
habló y le preguntó qué era lo que quería, aclarándole que los frutos eran
solamente calaveras. Pero Ixquic, empecinada, le contestó que aún quería probar
uno. Entonces, Hun-Hunahpú le ordenó que alargase la mano derecha en dirección
al árbol. La bella obedeció y la tendió. En ese preciso momento la calavera le
aventó un escupitajo que le cayó a la joven en la palma de la mano. Al verse la
palma, la saliva había desaparecido como por encanto.
Hun-Hunahpú le
dijo que por medio de su saliva le había hecho un hijo, y que ahora su cabeza
se encontraba despojada de la carne y que carecía de una hermosa apariencia,
como sucedía con los grandes príncipes y los hombres cuando se convertían en
calaveras. Y le aclaró que así era la naturaleza de los hijos, como la baba y
la saliva, fueran hijos de quien fueran, y que su condición la heredaban de sus
padres, que no se perdía sino que la heredaban a su progenie. Hun-Hunahpú le
dijo a Ixquic que era exactamente lo que él había hecho, que ahora debía la
princesa subir a la Tierra y que no tuviera miedo, pues no moriría. La joven
regresó a su casa ya preñada por la saliva de un-Hunahpú y de Vucub-Hunahpú, de
dos hermosas criaturas: Hunahpú e Ixbalanqué.
A los seis meses
Cuchumaquic se dio cuenta del embarazo de su hija y convocó a los Señores
Hun-Camé y Vucub-Camé, para informarles que su hija había sido deshonrada.
Todos quedaron de acuerdo en que debía decir quién era el padre de las
criaturas que nacerían. Pero la princesa negó que hubiese tenido relaciones
sexuales con alguien y afirmó que no estaba embarazada. El padre decidió
sacrificarla por disoluta y ordenó a los Búhos que le sacasen el corazón. Los
mensajeros se la llevaron. Pero Ixquic les dijo que lo que había hecho no era
pecado, pues solamente había ido a ver el árbol donde estaba Hun-Hunahpú, y que
no deberían matarla. Los Búhos estaban preocupados porque no llevarían la jícara
con el corazón, como les había indicado su amo. Entonces Ixquic les dijo que
recogieran una parte de la corteza del árbol que producía una savia roja y la
pusieran en la jícara, que desde entonces se llamó Árbol de la Sangre,
Cuando los Búhos
llegaron con el padre de la princesa le dijeron que el corazón estaba en el
fondo de la jícara. Hun-Came lo cogió con los dedos, y la corteza se rompió y
brotó mucha sangre de color rojo vivo. Aventó el corazón al fuego. Los Señores
de Xibalbá olieron la dulce fragancia de la sangre y quedaron satisfechos con
el castigo infringido a Ixquic.
En ese momento,
los Búhos volaron hacia el Cielo para servir a la dulce doncella, madre de los
gemelos sagrados. Todos quedaron muy contentos porque habían logrado engaña a
los señores de Xibalbá.
Sonia Iglesias y
Cabrera