martes, 26 de abril de 2016

Ixquic, la doncella preñada



Esta es la leyenda maya de una princesa llamada Ixquic, La Sangre, que un día oyó a su padre Cuchumaquic, Señor de Xibalbá, el tenebroso Inframundo, contar  la historia de Hun-Hunahpú, que se volvió el Árbol de Jícara. El relato le pareció tan fabuloso a la doncella que decidió ir a ver el árbol de los frutos maravillosos para gustar de ellos. La bella princesa emprendió la marcha sola, hasta Pucbal-Chah, donde se encontraba. Cuando llegó al árbol, se asombró de los maravillosos frutos y se planteó cortar uno. Entonces, una calavera que se llamaba Hun-Hunahpú, y estaba entre las ramas le habló y le preguntó qué era lo que quería, aclarándole que los frutos eran solamente calaveras. Pero Ixquic, empecinada, le contestó que aún quería probar uno. Entonces, Hun-Hunahpú le ordenó que alargase la mano derecha en dirección al árbol. La bella obedeció y la tendió. En ese preciso momento la calavera le aventó un escupitajo que le cayó a la joven en la palma de la mano. Al verse la palma, la saliva había desaparecido como por encanto.
 

Hun-Hunahpú le dijo que por medio de su saliva le había hecho un hijo, y que ahora su cabeza se encontraba despojada de la carne y que carecía de una hermosa apariencia, como sucedía con los grandes príncipes y los hombres cuando se convertían en calaveras. Y le aclaró que así era la naturaleza de los hijos, como la baba y la saliva, fueran hijos de quien fueran, y que su condición la heredaban de sus padres, que no se perdía sino que la heredaban a su progenie. Hun-Hunahpú le dijo a Ixquic que era exactamente lo que él había hecho, que ahora debía la princesa subir a la Tierra y que no tuviera miedo, pues no moriría. La joven regresó a su casa ya preñada por la saliva de un-Hunahpú y de Vucub-Hunahpú, de dos hermosas criaturas: Hunahpú e Ixbalanqué.

A los seis meses Cuchumaquic se dio cuenta del embarazo de su hija y convocó a los Señores Hun-Camé y Vucub-Camé, para informarles que su hija había sido deshonrada. Todos quedaron de acuerdo en que debía decir quién era el padre de las criaturas que nacerían. Pero la princesa negó que hubiese tenido relaciones sexuales con alguien y afirmó que no estaba embarazada. El padre decidió sacrificarla por disoluta y ordenó a los Búhos que le sacasen el corazón. Los mensajeros se la llevaron. Pero Ixquic les dijo que lo que había hecho no era pecado, pues solamente había ido a ver el árbol donde estaba Hun-Hunahpú, y que no deberían matarla. Los Búhos estaban preocupados porque no llevarían la jícara con el corazón, como les había indicado su amo. Entonces Ixquic les dijo que recogieran una parte de la corteza del árbol que producía una savia roja y la pusieran en la jícara, que desde entonces se llamó Árbol de la Sangre,

Cuando los Búhos llegaron con el padre de la princesa le dijeron que el corazón estaba en el fondo de la jícara. Hun-Came lo cogió con los dedos, y la corteza se rompió y brotó mucha sangre de color rojo vivo. Aventó el corazón al fuego. Los Señores de Xibalbá olieron la dulce fragancia de la sangre y quedaron satisfechos con el castigo infringido a Ixquic.

En ese momento, los Búhos volaron hacia el Cielo para servir a la dulce doncella, madre de los gemelos sagrados. Todos quedaron muy contentos porque habían logrado engaña a los señores de Xibalbá.

Sonia Iglesias y Cabrera

No hay comentarios.:

Publicar un comentario