En
la Calle de Mesones de la Ciudad de México, vivía don Gaspar y su esposa doña
Violante, mujer muy bella, tan bella era que Gaspar la tenía encerrada en la
casa a la que había puesto altos muros, para que los hombres no le pudiesen ver.
Violante tenía una criada negra llamada Maravatía, que cierto día engatusó a su
ama para que saliera a la calle a visitar a una gitana que adivinaba la suerte.
Partieron las dos en un hermoso carruaje tirado por dos caballos negros. Al
llegar a la casa, la gitana le empezó a leer la suerte a Violante y le anunció
que pronto llegaría un joven que se enamoraría de ella, y tanta sería su pasión
que acabaría matándola.
Pasó
el tiempo, y una tarde que se encontraban los esposos en la sala, escucharon
redobles de tambores; fueron a la ventana y vieron al capitán Diego Fajardo que
al ver a Violante quedó absolutamente prendado de ella y enloqueció de amor. No
le importó que fuese casada, la quería para él. Desde entonces, el buen mozo
empezó a rondar la casa para ver y hablar con la bella, pero como estaba
demasiado escondida, decidió recurrir a la criada Maravatía: le dio unas
monedas de oro con la condición de que le entregase una carta a Violante. Pero
la mujer ignoró por completo las apasionadas palabras que le dirigió don Diego.
Poco
después, Maravatía le dijo al enamorado que si le daba más monedas de oro, le
entregaría la llave de la casa para que entrase. Tres días después, el capitán
se introducía en la mansión y en la recámara de su amada. Al verlo, la honrada
Violante se asustó y le rechazó categóricamente. Pero alguien fue con el chisme
y le dijo a don Gaspar que su esposa le era infiel con el capitán Fajardo.
Entonces, el marido fingió hacer un viaje. Cuando Diego vio salir de la casa al
esposo, entró en ella y se dirigió a la recámara de Violante, para ofrecerle un
hermoso brazalete de oro con diamantes a cambio de sus amores. Cuando el
capitán partió, Gaspar entró en la casa enfurecido para encontrase con su
esposa que tenía en las manos el costoso brazalete. Hecho una furia tomó una
daga que su esposa tenía siempre cerca cuando el hombre partía de viaje para
defender su honra en caso dado, y le dio a la mujer cien cuchilladas. Al verla
muerta, Gaspar recogió del suelo la joya ensangrentada y salió a la calle para
dirigirse a la casa de don Diego y devolvérsela. Al llegar a la casa situada en
lo que es hoy la Calle de 5 de Febrero, el hombre, casi vuelto loco de celos,
tomó la joya, la clavó en la pesada puerta con un puñal, y al instante cayó muerto.
Ante el ruido que se escuchó en su puerta, el capitán Fajardo salió y se
encontró con Gaspar muerto frente a su casa y con la joya ensangrentada clavada
en la puerta. Inmediatamente se dio cuenta de que el celoso y tonto marido
había matado a la bella Violante, y lloró como nunca lo había hecho en su vida
y como nunca lo volvería a hacer.
Los
costos del funeral corrieron a cargo de don Diego, quien además dio la orden de
que nunca se quitase el puñal ni la joya de la puerta de su casa. Tanto fue el dolor
que le causó la muerte de la honrada mujer que el capitán no comía ni dormía
casi loco de pena. Pasado un cierto tiempo, don Diego decidió meterse de por
vida a un convento y dedicar su dolor a Dios, por haber sido el causante de la
muerte de una honrada mujer.
Sonia
Iglesias y Cabrera
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