martes, 27 de octubre de 2015

Teocalxóxhitl y Acatzánatl




El pueblo de Zanatepec, cuyo nombre significa en lengua náhuatl,  El Cerro de los Zanates, se encuentra situado en el estado de Oaxaca. La tradición oral del pueblo zapoteco narra que hace muchos años, en el siglo XIV, vivían en una comunidad dos jóvenes que estaban muy enamorados. Ella se llamaba Teocalxóchitl, él Acatzánatl. Ambos eran muy guapos: fuertes, morenos y sanos. 


En cierta ocasión que se encontraban a la orilla de una hermosa laguna situada cerca del pueblo donde habitaban, jurándose amor eterno, como hacen todos los enamorados del mundo, salió de la laguna una diosa que tenía alas hechas de oro y viendo a los jóvenes decidió convertir a Acatzánatl en zanate,  una ave de la familia de las icteridae,  de brillante color negro.

Al ver a su amado convertido en pájaro, la pobre Teocalxóchitl murió de tristeza tres años después de ocurrido tan lamentable hecho. El padre del desdichado, que era un importante tlatoani y se llamaba Nahuiltécpatl, lleno de dolor, mandó que sus escultores le hiciesen un zanate de oro, que puso en un altar dentro de una gruta, como homenaje a su querido hijo. Pero, los indios de Chiapas codiciaron tan hermosa escultura, se la robaron y la escondieron en una montaña.

Poco después, los pobladores de Zanatepec, decidieron hacer una campana de oro, cuyo diáfano sonido llegaba a oírse muy lejos. Al ver esa maravilla, los indios chapanecos decidieron robarla, como lo habían hecho con el zanate de oro. Una vez robada la campana, la arrojaron a la laguna.

Entristecido, el tlatoani Nahuiltécpatl decidió fundar un nuevo pueblo al que dio el nombre de Zanatepec y a la laguna le dio el nombre de Laguna del Zanate de Oro, en honor a su amado hijo que a tan temprana edad había sido víctima de una malvada diosa.

Sonia Iglesias y Cabrera

jueves, 22 de octubre de 2015

Lluvia




En el hermoso estado de Zacatecas, situado al Norte de la República Mexicana, existe un poblado que se llama Tepetongo, cabecera municipal del municipio del mismo nombre. La población cuenta con mil quinientos cincuenta y tres habitantes, algunos monumentos históricos, comida tradicional, y una rica tradición oral.



Una leyenda que ha sobrevivido al tiempo nos cuenta que hace muchos años, en la época colonial, habitaba en Tepetongo una familia muy rica, tan rica como desgraciada, pues uno de los hijos estaba enfermo de la cabeza. El pobre joven, de tan sólo catorce años, era esquizofrénico. En esos tiempos en que no se conocía la enfermedad, lo padres lo consideraban poseído por el demonio, razón por la cual habían mandado construir un cuarto subterráneo en el sótano de la casa, donde se encontraba encerrado de por vida el infeliz muchacho, a fin de esconderlo de los parientes y amigos de la familia. Ahí pasaba los días y las noches el hijo enfermo sin más compañía que las sirvientas que le llevaban sus alimentos tres veces al día, pero que no entablaban ningún contacto con el infeliz.

Un cierto día, los padres del jovencito salieron a una población cercana a visitar a una tía enferma. Como era domingo los sirvientes tenían el día franco, de tal manera que el loquito se quedó solo en su cuarto subterráneo. Entonces, dio comienzo una lluvia muy fuerte, tan fuerte que la ciudad empezó a inundarse y en la casa en que se encontraba el muchacho empezó a meterse el agua, hasta inundar por completo su cuarto, si es que así se le puede llamar a la celda en que se encontraba. El niño tocaba la puerta con desesperación, pero nadie acudió y pereció ahogado.

Desde entonces cada vez que el empieza a llover y el agua sube un poco más de lo normal, todo aquel que pasa frente a la casa, ahora desocupada, oye fuertes golpes en la puerta de la celda y los terribles gritos de desesperación del joven ahogado, a quien tan mal trataron sus progenitores. Si alguien se atreve a entrar a la casa para salvar al que pide ayuda, se encuentra con que no hay nadie, sólo los lamentos fantasmagóricos del niño esquizofrénico.

Sonia Iglesias y Cabrera

martes, 20 de octubre de 2015

Don Hilarión, el buen ladrón




Cuenta una famosa leyenda triqui del estado de Oaxaca que Hilarión Medina fue un ladrón revolucionario muy especial, ya que robaba a los hombres ricos y poderosos, y a los comerciantes que llevaban sus productos de Pinotepa Nacional a Putla, y a otras ciudades del estado como Huajuapan de León o Tlaxiaco, pero el bandido no se quedaba con todo lo que robaba, pues ayudaba a los necesitados. Cuando los indios triquis, desempleados y pobres, iban en busca de trabajo a los pueblos y ciudades mestizas como San Vicente, Pinotepa u otras más, la banda de Hilarión Medina les salía al paso y les quitaba su escaso bastimento compuesto de tortillas y totopos… pero a cambio les arrancaba el sombrero y se los entregaba repleto de monedas de oro. Los pobres desempleados se regresaban felices a sus casas, agradeciendo al bandido su buena acción.


El gobierno perseguía a Hilarión por sus malas acciones, los ricos se quejaban de los continuos robos de que eran víctimas, y el ejército lo perseguía sin tregua; muchas fueron las batallas que libró Hilarión Medina contra los soldados, tanto contra los federales como contra los revolucionarios. Siempre ganaba el ladrón bondadoso, hasta que en una ocasión fue hecho preso por los soldados federales, en el pueblo llamado San Juan Piñas. Lo condujeron a Juxtlahuaca excesivamente custodiado. De Juxtlahuaca le llevaron hasta Huajuapan de León para, poco después, conducirlo hasta la ciudad de Oaxaca. Su captura causó conmoción entre los pobladores de la ciudad, la gente salía de sus casas para verle y saludarlo, pues los pobres le querían mucho. Cuando llegó a la ciudad capital del estado Hilarión Medina fue decapitado. Pero este noble personaje continúa viviendo en la tradición oral triqui, pues los indígenas le ayudaron mucho escondiéndole en las cuevas que abundan por el territorio, como una muestra de agradecimiento por la ayuda que les proporcionó y la defensa que siempre hizo de ellos.

Sonia Iglesias y Cabrera

jueves, 15 de octubre de 2015

El pirata y la enamorada




Cuenta la tradición oral del estado de Campeche que hace muchos años, en la época colonial de México, vivía en tierras campechanas un señor que era muy rico, tenía una hija que vivía con él, la cual destacaba por su belleza y donaire. Por ser tan bella, el padre la cuidaba en demasía de los pretendientes inoportunos.


Este rico hombre odiaba a los piratas, pues en una ocasión que andaba navegando con su esposa, uno de ellos le dio muerte a la mujer que tan querida era de don Sebastián. Sin embargo, a pesar de las guardas que el padre le ponía a la bella hija, ésta se enamoró de un hombre. Como era una buena chica, le confesó su amor a su progenitor, asegurándole que se trataba de un joven de buena familia que vivía en Cuba. Muy enojado, don Sebastián le prohibió a la joven que volviera a ver a ese descarado hombre.

Un mal día, el padre descubrió que la hija recibía a su enamorado en su propia recámara. Al verlos, el padre perdió completamente los estribos y sacó su espada para matar al atrevido pretendiente. Éste hizo lo propio, y los dos hombres emprendieron una lucha a muerte. En un descuido don Sebastián cayó completamente muerto con la espada clavada en el corazón. Nunca se enteró que el enamorado era nada menos que un pirata muy conocido que respondía al nombre de Barbilla. La muchacha, al ver a su padre muerto, cogió la espada de su padre y con ella dio muerte al pirata asesino.

Terriblemente afectada, la joven donó toda la fortuna de su padre a los pobres y se metió de monja a un convento.

Sonia Iglesias y Cabrera

martes, 13 de octubre de 2015

Un milagro muy acuoso



Cuenta una leyenda del estado de Hidalgo que en el año de 1720 ocurrió una gran sequía que duró todo un largo año. Las personas sufrían con la carencia de agua, dado que las pozas y demás contenedores  se encontraban completamente secos. Para poder conseguir un poco del vital líquido, había que caminar muchos kilómetros. La agricultura se vio muy afectada, todos los sembradíos estaban secos y muertos. La tierra agrietada. Pronto dio comienzo una terrible hambruna, pues los alimentos escaseaban.


Ante tanta desgracia, tres diferentes órdenes religiosas decidieron realizar una procesión que iniciaría en el centro de la ciudad de Pachuca el día 10 de noviembre. Las órdenes actuaron de manera independiente, sin que mediara ningún acuerdo entre las tres. Al dar comienzo la precesión, cada orden religiosa tomó un camino diferente, pero las tres con el mismo propósito del solicitar a Dios que diera término a la sequía. Cuando llegaron a su destino, los frailes empezaron a levantar sendos altares para realizar misas. Un altar fue colocado en lo que actualmente se conoce como la Torre de Independencia; otro, se instaló en la esquina que forman las calles de Mina y Morelos; y el último altar se puso en una plazoleta a donde llega el Callejón de Mosco y la calle de Tres Guerras.

Los participantes a las procesiones: nobles, frailes y pueblo, rezaban fervorosamente, suplicaban y cantaban en los sitios elegidos para oficiar las tres misas. En esas se encontraban cuando de pronto en el cielo aparecieron unos oscuros nubarrones, justamente en el momento en que los tres frailes oficiantes levantaban la sagrada hostia hacia el cielo. En seguida, un fuerte aguacero se desató para contento de todos los participantes. Los demandantes, llenos de alegría, agradecían al Señor la preciosa dádiva que les otorgaba. Unos lloraban, otros cantaban, los más rezaban.

Para conmemorar tan fausto acontecimiento, las autoridades civiles y religiosas de la ciudad, decidieron construir tres fuentes, cada una en el lugar elegido por las tres órdenes religiosas. A cada una de las fuentes se le puso su nombre. Una se llamó Fuente de las Tres Coronas, otra Fuente de los Limones, y la tercera recibió como nombre Fuente de San Miguel.

Sonia Iglesias y Cabrera