En
el hermoso estado de Zacatecas, situado al Norte de la República Mexicana,
existe un poblado que se llama Tepetongo, cabecera municipal del municipio del
mismo nombre. La población cuenta con mil quinientos cincuenta y tres
habitantes, algunos monumentos históricos, comida tradicional, y una rica
tradición oral.
Una
leyenda que ha sobrevivido al tiempo nos cuenta que hace muchos años, en la
época colonial, habitaba en Tepetongo una familia muy rica, tan rica como
desgraciada, pues uno de los hijos estaba enfermo de la cabeza. El pobre joven,
de tan sólo catorce años, era esquizofrénico. En esos tiempos en que no se
conocía la enfermedad, lo padres lo consideraban poseído por el demonio, razón
por la cual habían mandado construir un cuarto subterráneo en el sótano de la
casa, donde se encontraba encerrado de por vida el infeliz muchacho, a fin de
esconderlo de los parientes y amigos de la familia. Ahí pasaba los días y las
noches el hijo enfermo sin más compañía que las sirvientas que le llevaban sus
alimentos tres veces al día, pero que no entablaban ningún contacto con el
infeliz.
Un
cierto día, los padres del jovencito salieron a una población cercana a visitar
a una tía enferma. Como era domingo los sirvientes tenían el día franco, de tal
manera que el loquito se quedó solo en su cuarto subterráneo. Entonces, dio
comienzo una lluvia muy fuerte, tan fuerte que la ciudad empezó a inundarse y
en la casa en que se encontraba el muchacho empezó a meterse el agua, hasta
inundar por completo su cuarto, si es que así se le puede llamar a la celda en
que se encontraba. El niño tocaba la puerta con desesperación, pero nadie
acudió y pereció ahogado.
Desde
entonces cada vez que el empieza a llover y el agua sube un poco más de lo
normal, todo aquel que pasa frente a la casa, ahora desocupada, oye fuertes
golpes en la puerta de la celda y los terribles gritos de desesperación del
joven ahogado, a quien tan mal trataron sus progenitores. Si alguien se atreve
a entrar a la casa para salvar al que pide ayuda, se encuentra con que no hay
nadie, sólo los lamentos fantasmagóricos del niño esquizofrénico.
Sonia
Iglesias y Cabrera
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