martes, 13 de octubre de 2015

Un milagro muy acuoso



Cuenta una leyenda del estado de Hidalgo que en el año de 1720 ocurrió una gran sequía que duró todo un largo año. Las personas sufrían con la carencia de agua, dado que las pozas y demás contenedores  se encontraban completamente secos. Para poder conseguir un poco del vital líquido, había que caminar muchos kilómetros. La agricultura se vio muy afectada, todos los sembradíos estaban secos y muertos. La tierra agrietada. Pronto dio comienzo una terrible hambruna, pues los alimentos escaseaban.


Ante tanta desgracia, tres diferentes órdenes religiosas decidieron realizar una procesión que iniciaría en el centro de la ciudad de Pachuca el día 10 de noviembre. Las órdenes actuaron de manera independiente, sin que mediara ningún acuerdo entre las tres. Al dar comienzo la precesión, cada orden religiosa tomó un camino diferente, pero las tres con el mismo propósito del solicitar a Dios que diera término a la sequía. Cuando llegaron a su destino, los frailes empezaron a levantar sendos altares para realizar misas. Un altar fue colocado en lo que actualmente se conoce como la Torre de Independencia; otro, se instaló en la esquina que forman las calles de Mina y Morelos; y el último altar se puso en una plazoleta a donde llega el Callejón de Mosco y la calle de Tres Guerras.

Los participantes a las procesiones: nobles, frailes y pueblo, rezaban fervorosamente, suplicaban y cantaban en los sitios elegidos para oficiar las tres misas. En esas se encontraban cuando de pronto en el cielo aparecieron unos oscuros nubarrones, justamente en el momento en que los tres frailes oficiantes levantaban la sagrada hostia hacia el cielo. En seguida, un fuerte aguacero se desató para contento de todos los participantes. Los demandantes, llenos de alegría, agradecían al Señor la preciosa dádiva que les otorgaba. Unos lloraban, otros cantaban, los más rezaban.

Para conmemorar tan fausto acontecimiento, las autoridades civiles y religiosas de la ciudad, decidieron construir tres fuentes, cada una en el lugar elegido por las tres órdenes religiosas. A cada una de las fuentes se le puso su nombre. Una se llamó Fuente de las Tres Coronas, otra Fuente de los Limones, y la tercera recibió como nombre Fuente de San Miguel.

Sonia Iglesias y Cabrera

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